Trapos sucios.

Si hay algo que los políticos han perfeccionado, además de eludir preguntas incómodas con la habilidad de un ninja parlamentario, es el arte de sacudir los trapos sucios del adversario. Hablamos de este o ese fenómeno que de un tiempo a esta parte, en lugar de debatir sobre medidas concretas para mejorar la vida de los ciudadanos, prefieren embarcarse en una auténtica guerra de revelaciones digna de un culebrón o novela de sobremesa.
Lo que antes eran debates sobre educación, sanidad o empleo, ahora son auténticas tertulias de chismes donde cada político o politicucho del tres al cuarto ( haberlos haylos) parece un detective privado con una carpeta llena de pruebas comprometedoras.
Así se va tejiendo un relato político donde las verdaderas prioridades quedan relegadas a un segundo plano, y donde asistimos los ciudadanos de a pie a verdaderos reality show impensables donde el activo más valioso en política actual es el trapo sucio bien filtrado. ¿Qué un ministro tuvo un escándalo de corrupción en los años 90? ¡Perfecto! Se guarda en un cajón hasta que haya que sacarlo cual AS sacado de la manga en una partida de póker.
Las filtraciones se han convertido en el método preferido de contraataque. Cada partido tiene su propio equipo de excavación e investigación donde rastrean tuits de hace una década, buscan declaraciones desafortunadas y revisan las fotos de la boda del rival para ver si llevó calcetines blancos con traje oscuro.
Mientras tanto la ciudadanía de este país vemos este espectáculo con una mezcla de diversión y desesperación. Por un lado, es entretenido ver cómo los políticos se lanzan indirectas con la agilidad de un rapero en una batalla de estilo libre. Por otro lado, cuando llega la hora de votar, uno se pregunta: «¿Alguien va a gobernar o seguirán obsesionados con el color de la camisa del candidato en su foto de DNI?»
Porque al final, la política debería ir de gestionar, de mejorar la vida de las personas, de presentar ideas y buscar soluciones… pero, aparentemente, eso es mucho menos emocionante que un buen escándalo mediático.
Así que, cuando veamos a un político mostrando un documento “explosivo” sobre su adversario en vez de presentar un plan económico, tenemos que recordar, y obrar en consecuencia cuando llegue el momento que eso no es política, es un reality show con presupuesto estatal.
Concluyendo que es gerundio, al final todo esto es una política de lavandería, donde los trapos sucios han sustituido a los programas electorales.